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30 nov 2014
EL DÍA QUE DESCUBRÍ LA MUERTE
Salí de mi habitación, cogí la maleta y me dispuse a
desayunar, con un trozo de pan y un zumo de naranjas una pequeña de 4 años
terminaba llena. Allí mi madre me lo tenía preparado y me llevó al colegio
donde comencé el segundo año escolar.
¡Era el primer día de colegios!, a todos lados que miraba
veía compañeros nuevos y algunos con los que ya había compartido más
momentos. La nueva profesora,
Lucía, nos reunió a todos en el patio, donde nos presentamos uno a uno. Subimos
a clase y entre varias explicaciones ya era el tiempo de recreo.
En el jardín del patio había varias hormigas recolectando su
comida para el invierno, y mi compañero Jorge había traído una lupa para quemar
hojas. Le pedí que me la prestara y tras intentar enfocar varias veces para
quemar la hoja, me di cuenta que estaba quemando una pequeña hormiguita.
Ella llevaba comida para sus hijas y le había quitado a su
madre, así que morirían de hambre. A Jorge al
parecer, aquello le gustó y siguió quemándolas poco a poco, lo cual me partió
el alma. Pensaba que esa hormiga ya no
existía y me preguntaba si volvería nacer.
Al llegar a casa le pregunté a mi mamá que pasaría con
aquellas hormiguitas que tenían hambre y aquella hormiga quemada, ella me
respondió: -Cariño, piensa que no ha muerto, que volverá a nacer, quizás tú seas
una hormiga quemada, o yo, o papá. Dejamos de alimentar a alguien por alimentar
el alma de otras personas o seres.
En ese momento aprendí que la muerte realmente no era la
ausencia de alguien sino la presencia de recuerdos para las hormiguitas, y el
alimento de corazón de otros.
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