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10 nov 2014
Juan abría lentamente sus ojos, los despegaba después de horas de
sueño, el fuerte frío de la madrugada lo despertaba y asimilaba el
rostro que tenía justo enfrente de él. Era su mujer, con un rostro más
pálido que de costumbre, esta lo miraba directamente. La oscuridad no
le dejaba ver con claridad su cara , solo la luz de la calle que se
introducía por la ventana le permitía advertir que era su esposa.
-Viejo, oigo ruidos abajo, ve a ver… Juan, ¡que te despiertes!
El hombre se levantaba lentamente, gruñía palabras
inentendibles y a tientas buscaba en la oscuridad los pantalones que
había tirado sobre el pasillo antes de dormir, sentía por encima de
sus piernas la fresca tela de su prenda mientras se los ponía; siempre
su mujer actuaba como paranoica con cualquier ruido, -“esta es una más
de esas”- pensaba Joaquín con desagrado.
-Te juro viejo, que esta será la última vez que te molesto, pero ve a
ver. Se oyó un trancazo en la cocina y como si se rompiera una taza.
Juan asentía, desde que su esposa se accidentó viajando en un
taxi, sufría constantes desmayos, sus nervios se habían vuelto más graves, tenía ya más de una semana sin sufrir desvanecimientos, pero
su histeria había ido en aumento, siempre en las noches se despertaba
agitadamente y su marido era el que tenía que interrumpir su descanso
para tranquilizarla.
Juan salía de la habitación con rumbo a la cocina, su mujer le decía desde la cama:
-Dios te bendiga viejo, te amo.
El hombre apretaba labios y parpados, como si quisiera encerrar
palabras inapropiadas y gestos , avanzaba con pasos lentos
hacia donde su mujer le había indicado, el frío de su casa parecía
seguirle pues un escalofrío recorría la columna de su espalda. Se
acercaba a la entrada de la cocina, el miedo le hacía acortar su andar,
deteniéndolo justo cuando sintió un líquido cálido bajo la planta de sus
pies.
“Café”- pensó Juan, el líquido sobre el piso era una alargada
mancha que salía de la cocina, al acercarse más a la entrada, observó
pedazos de porcelana esparcidos por el suelo, y cerca de los trozos más
grandes, se iba viendo la figura de una mano, sus ojos desorbitados
siguieron viendo al resto del cuerpo.
Sobre el piso de la cocina, estaba una mujer con el rostro pálido y
tieso, un infarto cerebral le había quitado la vida a la esposa de
Juan, quien con un alarido de horror, alertaba a los vecinos de su
macabro descubrimiento.
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1 comentarios:
Mario, cuidado con el plagio, lo que yo os pido son relatos auténticos, ¿de qué sirve servirse del trabajo ajeno? Aquí estamos para aprender, ¡y tú escribes muy bien! http://miscuentosdeterror.com/aviso-de-muerte/
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