Bienvenidos a "La cantera de las Historias", blog literario de los alumnos de 2º de ESO del colegio Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro.
6 nov 2014
Hola, me llamo Pedro y os voy a contar una historia que me pasó cuando era más joven, alto, fuerte y...tenía pelo. Yo era médico en el hospital Carlos III de Madrid. Llegué allí hace dos años, más o menos. En una tarde como cualquiera, estaba tomándome un café en la cafetería del piso de abajo y de repente escuché el ruido de una sirena de ambulancia, giré la cabeza y vi una ambulancia escoltada por coches de policía. La ambulancia se paró enfrente de la puerta del hospital y una enfermera salió disparada hacia mí y me dijo:

- Doctor Pedro, tiene que curar a un paciente con ébola.

Me quedé pasmado. Solo una vez en mi vida intenté curar a un paciente con ébola y digo "intenté" porque el paciente murió. La verdad que estaba muy nervioso en la operación. Me temblaba todo el cuerpo pero me puse el traje y entré en la habitación donde se encontraba el paciente Manuel Jiménez.
Durante 3 meses le estuve dando medicamentos y revisando su salud y por fin llegaron los resultados.
Mis esfuerzos habían valido la pena pues el paciente ya no tenía rastro de ébola en su cuerpo. Me sentí muy aliviado y todos los médicos nos dieron la enhorabuena a mi y a mis compañeros que me ayudaron a curar a Manuel Jiménez. Más tarde de hablar con el paciente y celebrarlo me fui a casa. Llegué a casa y puse las noticias y dijeron que había una epidemia de ébola en varios lugares de África como Nigeria. Tras la experiencia tan bonita de curar a un enfermo grave y ver que la gente se moría a causa del ébola  decidí viajar allí para curar a los enfermos atacados por el virus. Pedí un vuelo a Nigeria y me despedí de mis amigos y especialmente de mi familia porque sabía que probablemente no les volvería a ver en mucho tiempo. 
Cuando llegué a Nigeria unos señores me guiaron hasta un hospital de campaña que había cerca del aeropuerto. Al fin llegamos al hospital de campaña y me quede horrorizado de lo que había allí: algunos  cadáveres estaban tirados por el suelo, otros desesperados esperando a que los curasen, muchos llorando por la muerte de sus familiares...en pocas palabras, un auténtico horror. 
Enseguida me puse a ayudar a los enfermos. En un año curamos a todos los que pudimos y ayudamos a las familias que habían perdido algún familiar debido a ese virus letal. Poco a poco ellos iban confiando en mí y yo en ellos. Finalmente casi toda la población de Nigeria era mi amiga y me agradecían lo que había echo por ellos. En mis ratos libre iba a pasear, jugaba algún que otro partido de fútbol con los más pequeños e incluso llegué a bailar con ellos, aunque bailara como un pato mareado. 
Un día, atendiendo a una señora, me dijeron que tenía que ir a Liberia. Yo no sabía que hacer y se lo dije a mis amigos nigerianos. Ellos me respondieron:

-¡Quédate, no te vayas!¡Eres nuestra alegría y nuestra esperanza!¡Por favor no te vayas!

Me emocioné y les abrazé. Fui corriendo a buscar al jefe del hospital de campaña para decirle que me quería quedar. Al día siguiente me enteré que un chico más joven que yo se presentó voluntario para ir a Liberia y yo le dí las gracias por reemplazarme. Estuve en Nigeria hasta que eliminamos la epidemia por completo y eso que fueron tres largos años. Me gané la confianza de muchos nigerianos pero también perdí la confianza de otros nigerianos, ya vagando por el cielo. Llegaba la hora de despedirse por completo de los aquel pueblo tan agradable y amistoso. La despedida fue dura tanto para mí como para ellos pero todavía recuerdo esa frase que me hizo saber lo mucho que me querían:

- ¡Quédate, eres nuestra alegría!

1 comentarios:

J. A. Lucero dijo...

Enhorabuena Rubén, has sabido adecuar la temática del relato que se pedía a un tema de lo más actual. Ello lo hace más impactante aún. ¡Muy bueno!