Bienvenidos a "La cantera de las Historias", blog literario de los alumnos de 2º de ESO del colegio Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro.
12 dic 2014
Valentina era una chica sencilla, con tan solo ocho años era muy responsable. Le gustaba llevar las tareas al día, ayudar a su madre en casa.

Como cualquier otra persona, tenía una sueño surrealista para aquellos adultos centrados en sus teléfonos móviles, portátiles, de casa al trabajo del trabajo a casa, la misma rutina sin tan solo un momento para dejar que la imaginación fluya. Ella quería volar como un pájaro, rozar las nubes con sus alas, recostarse en ellas para comprobar que lo que decían los libros de cuento era cierto, suaves al tacto. Calentarse cerca del sol los días que el frió acechaba.

Un día, mientras la pequeña disfrutaba de la brisa de septiembre apoyada en su pupitre, escuchaba como sus compañeros recitaban las más intensas poesías. Llegó su turno, y el profesor optó por aconsejarle que abriera el libro por la pagina 69, todo un clásico, Becquer.
Casualidad del destino o no, justo antes de que pronunciara con sentimiento el primer verso, una golondrina se postró en la cornisa de la ventana. Esta canturreaba sin parar, reclamando la atención de Valentina. Se sorprendió bastante al ver que cuando tocó el ansiado timbre para irse a casa, el pajarito fuera detrás suya, la acompañó hasta su destino. Fue toda la tarde así.

Pero al fin y al cabo no pudó ignorarle todo el día porque ya entrando la noche, empezó a picotear en el cristal de su habitación, provocando un ruido perturbador para sus oídos.
 Habría la ventana cuando este repentinamente comenzó a hablar.
``Por una noche tu sueño realidad, si de egoísta no pecarás´´ Eso quiso significar que dos alas brotarían de su espalda, para volar como ella siempre quiso, pero solo hasta media noche, porque de lo contrario, se convertiría en una golondrina de por vida.

Y así sucedió; como por arte de magia, agitando sus alas, comenzó a surcar los cielos, esquivando arboles y farolas, susurrándole a la luna, lo mucho que le encanto conocerla.
Pero como todo en esta vida llega a su fin. Las campanadas de medianoche de la parroquia del pueblo comenzaron a sonar, y perfectamente entendió lo que eso significaba. Hacerse a la idea de vivir como un ave toda su vida, se le apeteció interesante, aunque no supo valorar todo lo que suponía.

Pasó la noche y ella seguía feliz, y así de al amanecer y el resto de las horas de sol ,hasta que a la noche siguiente, comenzó a añorar los besos de buenas noches de su madre, el desayuno que le esperaba todas las mañanas en la cocina, las clases de lengua con José.

Desde entonces, todos los días, contemplaba a su madre en la cocina, preparando aquel asado que olía de perlas, a sus compañeros en clase, tirando aviones de papel como los que tantos les gustaba hacer en los cambios de clase, comportándose como si no fuera ella, hasta que la jefa de estudios llegaba, y cortaba con sus tijeras la diversión.
Veía a sus amigos en el parque, columpiándose, jugando a las canicas; cuanto echaba de menos sus manos, sus piernas que podían dar diez mil vueltas al barrio sin descanso.

Y es que al fin y al cabo, los sueños son sueños, algunos reales, otros inalcanzables. Los hay de los que se pueden perseguir, y de los que mejor dejarlos donde están, disfrutarlos cada noche, y al despertar, dejarlos en una caja, para revivirlos al cerrar los ojos.

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